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JUAN DE MIRALLES Y TRAILLON, PIONERO DE LA DIPLOMACIA ESPAÑOLA EN EEUU
El Curioso Impertinente, revista de la Asociación de Escritores de Castilla La Mancha, número 8.
Ponéncia presentada en el Congreso de la Asociación de Escritores de Castilla-La Mancha, celebrado en Petrer (Alicante) en 2023.
Como apunta Ribes (2003), es un hecho sabido que todo lo que tiene que ver con España, y con el mundo católico en general, ha suscitado y suscita una cierta desconfianza en el mundo anglosajón. Ya sea por eso, por el hecho de que gran parte de su fortuna provenía del negocio de la esclavitud, o bien por que su actividad se desarrolló en una semiclandestinidad impuesta por la voluntad del rey español, el caso es que la figura del que puede ser considerado como el pionero de la diplomacia española en los Estados Unidos, y uno de los principales artífices de la independencia de ese país, haya pasado desapercibido, por no decir silenciado, en ambos lados del Atlántico. Tan solo en Cuba y EEUU se le recuerda con sendas placas que hay en la fachada de los edificios donde residió, y en España, que yo sepa, solo la Sociedad Filatélica y Numismática de Petrer lo ha tenido presente emitiendo en 1992 un matasellos especial.
Juan de Miralles y Traillon, nació un 23 de julio de 1713, en plena guerra de sucesión española, en la localidad alicantina de Petrer, una villa pequeña y pobre, de calles estrechas y oscuras, dedicada a la agricultura, que se estaba reponiendo de la gran despoblación sufrida en 1609, tras la expulsión ordenada por Felipe III, de los moriscos que, por aquel entonces, constituían el grueso de la población, de modo que de las 240 familias que conformaban Petrer, tan solo quedaron 7, lo que trajo consigo una repoblación por parte de los pueblos vecinos.
Nieto de Santiago Miralles, Secretario del Rey en la Cancillería de Navarra, caballero del hábito de Santiago y de la orden del Toisón de Oro; era el segundo hijo de Juan de Miralles, capitán de Infantería, nacido en la propiedad familiar de Manaud, cercana a la villa de Monein, en la región francesa  del Bearn, próxima a los Pirineos, y de Grace Traillon, de la pequeña población de Arbus, muy cercana a la anterior, y que habían matrimoniado en Petrer, población en la que el militar estaba destinado defendiendo la causa sucesoria de Felipe de Anjou, coronado como Felipe V, ?el nieto de Luis XIV de Francia, el poderoso Rey Sol?, frente al pretendiente de la casa de Habsburgo, el archiduque Carlos de Austria.
El apoyo de la población alicantina a la causa borbónica (2), junto con otras poblaciones de la Hoya de Castalla, podría ser el motivo que le decidió a formar una familia en ella, donde llevaría un tiempo asentado, ya que posiblemente pertenecía a uno de los dos batallones que formaban el regimiento de infantería de Olorón, uno de los que participó en abril de 1707 en la batalla de Almansa, y en donde las tropas del pretendiente sufrieron un duro revés.
Los 15 primeros años de su vida, Juan de Miralles los pasaría en su tierra natal, donde cursaría los primeros estudios, a la vez que aprendería de su padre los entresijos de la vida comercial, atendiendo los negocios familiares de importación-exportación que tenían entre el puerto de Alicante, donde había establecida una importante colonia francesa, y los puertos franceses del Mediterraneo, hasta que en 1728, la muerte del abuelo paterno, le obligó a trasladarse a Francia, junto con su padre, con el objetivo de hacerse cargo de la hacienda familiar.
En las posesiones de la familia, Miralles permaneció unos cuatro años, regresando a España en 1732, estableciéndose primero en Alicante y mas tarde en Cádiz. En la primera se dedicó de lleno al negocio de la familia, navegando varias veces entre la costa francesa y la valenciana, a bordo de la pequeña flota que poseían los Miralles, llegando incluso, como recoge Larrua (2016) a enfrentarse a los piratas que asolaban las aguas mediterráneas; mientras que en la segunda, según Fernández (1992), trabó contacto con la firma Aguirre, Aristegui y Cía (3)., que comerciaba principalmente con ingleses y colonos norteamericanos, y con la que acabó asociándose. Fue en esos años que añadiría el idioma inglés, a los dos de su infancia, el francés y al español. Tres idiomas que en el futuro le servirían para desarrollar su actividad comercial al otro lado del Atlántico.
Después de amasar una pequeña fortuna, que ascendía a  8.500 pesos, Miralles puso sus ojos en la isla de Cuba, donde desembarcó en 1740, en unos años en que su capital contaba con uno de los principales puertos de todo el abanico del Nuevo Mundo debido a su estratégica situación dentro del Caribe. Siendo, además, ruta obligada de todo el trafico mercantil proveniente del imperio español del Nuevo Mundo destinado a Europa. 
El dominio de idiomas y el pequeño capital le permitió desde un primer momento codearse con las principales familias de la sociedad cubana, entre las que conoció a la que sería su esposa, la habanera María Josefa Eligio de la Puente y González-Cabello, con la que casó el 22 de agosto de 1744 en la iglesia del Espíritu Santo de la capital cubana y con la que tuvo ocho hijos, de ellos tan solo un varón, Juan Francisco, nacido en 1759.
El que su esposa fuera hija de una de las familias más acaudaladas de Cuba, nieta del capitán de infantería sevillano José Eligio de la Puente y biznieta de don Juan Francisco Buenaventrura de Ayala y Escobar, Capitán de Mar y Guerra, General de Galeones, Capitán General y Gobernador de San Agustín de la Florida, permitió a Miralles ampliar sus conexiones, no tan solo dentro de la isla caribeña, sino también en La Florida española, expandiendo así sus negocios. 
Hoy en día, en la que fue su casa en La Habana y en cuyo solar se levanta el Museo de la Música se le recuerda con una placa en la que se puede leer: «En estos terrenos estuvo la casa solariega del habanero Juan de Miralles Trayllon, iniciador de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, defensor de la independencia norteamericana 1778-1780 y gran amigo de George Washington. Murió el 28 de abril de 1780 en Morristown en la residencia de Washington quien escribió sobre él: “… en este país se le quería universalmente y de mismo modo será lamentada su muerte…”. Homenaje de la Sociedad Colombista Panamericana en la conmemoración del natalicio de Jorge Washington, 22 de febrero de 1947».
Fue armador de buques y comerciante, pero también se dedicó a gestionar envíos de esclavos africanos a América, especialmente para sus socios, en su mayor parte irlandeses, de la ciudad de Alicante, una actividad común entre los comerciantes del Caribe y de la costa este norteamericana.
Según el investigador Miguel Saludes (2005): «en 1761, La Habana fue azotada por una epidemia de fiebre amarilla que causó numerosas victimas sobre todo entre la mano de obra de la época los esclavos. Debido a su escasez, el Gobernador Prado decidió comisionar al acaudalado comerciante Juan de Miralles, muy reputado por su habilidad como negociante y de plena confianza de las autoridades españolas, para gestionar la compra de esclavos en Jamaica». Una afirmación corroborada por Ribes (2003) quien cuenta que «Miralles fue la pieza clave en el comercio negrero hispánico durante los años sesenta y setenta del siglo XVIII» y de hecho da entender que la fortuna con la que llegó a La Habana provenía de este mercado, ?toda vez que su nombre no figura en la nómina de comerciantes de Alicante, ni consta en ningún registro que se hubiese dedicado a actividad mercantil alguna? y concluye diciendo que en 1766 entró a formar parte como accionista de la Compañía Gaditana de Negros, con la que, recordemos, ya había tenido relaciones cuando estuvo en Cádiz. Fue así, como junto a sus ocho socios, Juan Miralles fue el encargado de decidir el destino de las actividades de la Compañía desde La Habana.
Fue en uno de sus viajes, en que provisto de pasaportes y con el encargo del Gobernador para gestionar la compra de esclavos, cuando se enteró de los planes secretos de los ingleses, que estaban preparando una fuerte expedición contra La Habana. Esa noticia le impulsó a mandar sendas cartas, informando de la situación, tanto al rey español como al gobernador cubano, pero aunque finalmente las tropas inglesas se hicieron con el control de la isla, Miralles se abrió al mundo del espionaje.
Recordemos que a fines de 1761, Carlos III había firmado un "pacto de familia" mediante el cual los borbones españoles se unieron a los franceses en la guerra contra Gran Bretaña, en la que fue conocida como la Guerra de los Siete Años, lo cual impulsó a los ingleses a poner sus ojos en La Habana con el objetivo principal de despojar a España de su principal posición estratégica en el Nuevo Mundo.
Mientras, según Saludes (2005), en el trayecto de vuelta a La Habana, Miralles fue apresado por los ingleses, aunque «valiéndose de su astucia y habilidad, logró captar la confianza de sus captores, incluso la del propio jefe de las fuerzas británicas, el conde de Albemarle, con quien acordó obtener información de inteligencia acerca de la plaza sitiada. Con esta argucia, de nuevo nuestro Miralles logró que los británicos lo dejaran desembarcar en las inmediaciones de la Habana y le permitieran el acceso a la ciudad. Inmediatamente se presentó al Gobernador, a quien informó cómo había engañado al jefe británico y le dio datos sobre las fuerzas sitiadoras».
El caso es que, como dice Ribes (2003), son muchos los interrogantes que planean sobre esta versión, ya que si unos autores lo sitúan en ese momento en la isla de San Eustaquio (4), otros lo sitúan camino de Jamaica y otros en Londres a donde se habría dirigido después de no encontrar esclavos en ninguna de las islas caribeñas, y en donde se enteraría de los planes de invasión.
En 1763, dos años después de la ocupación de La Habana por la tropas inglesas, se firmó el tratado de París, y España recuperó La Habana y Manila, que también había sido ocupada, pero perdió La Florida a favor de Gran Bretaña, lo que trajo consigo un aumento de las relaciones comerciales entre España y Gran Bretaña, y en consecuencia con el continente norteamericano que en estos años estaba en buena parte en manos británicas, una circunstancia que benefició a Miralles que por aquel entonces ya comerciaba no solo con la Florida sino también con los puertos ingleses de Charleston, Filadelfia, Nueva York y Boston. Fue ese amplio abanico comercial de Miralles el que impulsó al capitán general de Cuba, Diego José Navarro, a nombrarle embajador para negociar con las Trece Colonias (5) y de ese modo empezar con sus actividades como agente secreto o comisionado real, informando de los diversos preparativos bélicos que hacían los ingleses.
El 5 de septiembre de 1774 se reunió el Primer Congreso Continental en Filadelfia, a cargo de los representantes de las colonias americanas bajo domino inglés, el cual acordó la formación de un ejército propio y el bloqueo comercial entre las Trece Colonias y las posesiones británicas en el Caribe, de modo que el comercio de aquellas pasaría a desarrollarse con La Habana, donde Juan de Miralles ejercía su control.
En 1775 se produjo la rebelión de trece colonias norteamericanas contra Gran Bretaña, lo que condujo a un acercamiento económico entre la isla caribeña y la parte oriental de Norte América, momento en que, desde Filadelfia, y como embajador en esas colonias, Miralles empezó a organizar una red de espionaje por los dominios británicos en el Caribe, siendo su principal cometido el de tomar posiciones en las colonias británicas y establecer relaciones con el movimiento independentista. En mayo de ese mismo año, se celebró, también en Filadelfia, el Segundo  Congreso Continental, el cual empezó a asumir las funciones de gobierno nacional, organizando un ejercito bajo el mando de George Washington.
En 1776, el mismo año en que se firmó la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, Miralles era uno de los comerciantes más importantes de la isla, siendo propietario de una flota de una decena de buques de transporte, goletas como la San Antonio, Miralleson, Buck Skin, María Bárbara, Marte o El Galgo. 
Con motivo de la sublevación de las Colonias británicas en Norteamérica, Francia se alineó al lado de los rebeldes y desde principios de 1778 se declaró en abierta beligerancia contra la Gran Bretaña. Por su parte España, que había permitido echar anclas en el puerto de La Habana a los capitanes de los barcos norteamericanos, incluyendo los navíos de guerra, mantuvo un compás de espera, con la intención de actuar de mediador entre las dos potencias, pero preparándose a su vez para una más que probable intervención, cosa que ocurrió en 1779 cuando se alineó al lado de Francia y de los rebeldes.
Cuando la Revolución Americana ya fue un hecho, el ministro de Indias, José de Gálvez, designó a varios agentes para que mantuvieran informada, en secreto, a la Corte de España de los movimientos británicos en La Florida y Jamaica y de los acontecimientos en las colonias rebeldes. Y nadie más indicado que Miralles, que fue nombrado, el 11 de noviembre de 1777, agente español ante el Congreso de Filadelfia, pero, al haber sido esta ciudad ocupada por los ingleses, el 31 de diciembre de 1777, a bordo de la goleta Nuestra Señora del Carmen, partió rumbo a Cádiz, o eso fue lo que hizo creer a todo el mundo, ya que de hecho y con la excusa de que el mal tiempo no permitía a su embarcación continuar el viaje a través del océano, recaló en Charleston. Cuando por fin cesó el temporal y las supuestas averías de su barco fueron reparadas, éste partió hacia España dejando en tierra a Miralles, quien se hizo pasar por simple comerciante cubano hasta despistar a los espías de la Corona británica y así poder tomar contacto con los miembros del Congreso de Filadelfia. Era el mes de enero de 1778, el mismo mes en que fue nombrado observador y representante en los nuevos Estados Unidos, y se le concedió un presupuesto de 39.000 pesos, para regalos y sobornos. Unos meses mas tarde, el 6 de junio, el mismo Miralles comunicaba oficialmente al Capitán General de Cuba su nombramiento como comisionado de España ante el Congreso Continental.
Fue acogido por Edward Rutledge, firmante de la Declaración de Independencia y gobernador de Carolina del Sur, y a su amparo hizo acopio de informaciones de valor estratégico sobre posiciones y movimientos del ejército británico. También mantuvo contactos con el gobernador de Virginia, Patrick Henry, así como con el de Carolina del Norte, Abner Nash, quienes le solicitaron dinero y material para las tropas rebeldes. Muchos de estos suministros y préstamos fueron costeados por Miralles de su propio bolsillo, un dinero que a su muerte su hija mayor, Antonia Josefa, intentó recuperar, pero sin éxito. Por su parte, como delegado de la corte de Madrid, encauzó grandes donaciones de uniformes, paños, ropas de abrigo, pólvora, armas, medicinas, etc. hacia las tropas de Washington.
Una vez que en junio de 1778 las tropas inglesas abandonaron Filadelfia, Miralles se estableció en dicha ciudad, alojandose en una casa que aún hoy existe, situada en el calle Third South, junto a la Powell House, en donde actualmente se exhibe una placa conmemorativa que reza: «En este lugar se asentó la casa, 1778-1779, donde residió Juan de Miralles (1715-1780), el primer diplomático español ante los Estados Unidos de América. Murió el 28 de abril de 1780, cuando visitaba al general Washington en su cuartel general de Morristown. La misma casa pasó a ser residencia de su sucesor, el que había estado su secretario personal, Francisco Rondón, que se la cedió al general Washington durante el invierno de 1781-1782. A través de estos representantes españoles se canalizó la ayuda militar y financiera a los patriotas americanos».
Durante su estancia en la ciudad, Miralles ofreció magníficas recepciones a personalidades como el mismo George Washington y su esposa Martha; el marqués de La Fayette; los generales Greene, Von Steuben y Schuyle; el pintor Charles Wilson Peale —a quién encargó varias copias de su famoso retrato de Washington para regalarlas entre sus conocidos— así como varios congresistas. 
Pero ante todo no hay que olvidar que Miralles era un comerciante, y de hecho esta era su "tapadera" para poder llevar a cabo sus actividades de espionaje, por ese motivo desde esta ciudad, y mediante sus goletas, o las de su socio Robert Morris, llamado «el cerebro financiero de la revolución» —un antiguo comerciante de Liverpool que se había instalado en Filadelfia como negrero y que llegó a ser ministro de Hacienda del nuevo estado americano—, estableció un contacto directo con La Habana, lo que le valió a su vez para enviar y recibir pliegos y noticias sobre la situación política y militar de las tropas británicas y de sus posesiones. De este modo, haciendo gala de una capacidad envidiable, Miralles cumplía sus deberes diplomáticos, dirigía su red de agentes de espionaje y atendía sus negocios comerciales. Aunque, en honor a la verdad, hay que decir que las funciones de Miralles no tenían el carácter de un diplomático acreditado, puesto que la Corte de Madrid no había reconocido todavía la independencia de las Trece Colonias, pero aún y así gozó de tal prestigio ante el Presidente y miembros del Congreso, que cuando el 4 de julio de 1779 se celebró por primera vez la conmemoración religiosa de la declaración de la independencia en la Old Mary's Church, asistió a la misa solemne en calidad de «ministro español».
Durante el primer trimestre de 1780, Miralles solicitó al Congreso que se realizara alguna operación contra la retaguardia británica, para facilitar los ataques españoles en La Luisiana y La Florida, y sobre el particular George Washington mantuvo varias reuniones y correspondencia con Miralles. Finalmente, propuso que se realizara una operación combinada franco-hispano-norteamericana contra Carolina del Sur o Georgia y ordenó al general Lincoln que coordinara con Miralles algunas de estas operaciones.
En abril de ese mismo año, en compañía del embajador francés, Miralles llegó al campamento de Morristow (Pensilvania), donde fueron recibidos con todos los honores. Sin embargo un tiempo inclemente hizo enfermar al español, lo cual le obligó a guardar cama en la propia mansión Ford, donde Washington se hallaba hospedado, y en donde a pesar de contar con los cuidados de la esposa del que sería el primer presidente de Estados Unidos, Martha Dandridge Cutis, y el médico personal de aquel, falleció de una pulmonía el 28 de abril de 1780.
Con motivo de su fallecimiento, el general norteamericano organizó un solemne funeral militar al que asistieron, además de el mismo y su esposa, el gobernador de Pensilvania, un representante del ministro de asuntos exteriores de Francia, algunos miembros del Congreso Continental y todos los oficiales del ejército libres de servicio, y en el que las tropas del Continental Army rindieron honores de estado disparando salvas de cañón a intervalos de un minuto. La Royal Gazette, de Nueva York, dejaba escrito que el cuerpo de Miralles fue «lujosamente amortajado con excelentes ropas y un derroche de pedrería» y añadía que «la procesión doliente ocupa una milla. Para el féretro, seis oficiales de campo y cuatro de artillería en completo uniforme». 
Hasta que sus restos pudieron ser trasladados a La Habana, Miralles fue enterrado en el pequeño cementerio presbiteriano de Morristow, y con una guardia constante, según ordenes del mismo Washington. La noticia de su muerte, llegó a La Habana a bordo de la goleta El Page, mientras que sus restos lo hacían en la Stephens para ser depositados definitivamente en la iglesia del Espíritu Santo de la capital cubana.
En una carta dirigida a las autoridades españolas, Washington escribió: «El Sr. Miralles ha sido universalmente estimado en este país y también ha sido universalmente sentida su muerte», mientras que a la esposa de Miralles le decía «Todas las atenciones que me fue posible dedicar a su fallecido esposo fueron dictadas por la amistad [...]. Vuestra aflicción, como la del resto de la familia, son motivos adicionales para la pena que siento por su perdida».
Por su parte, Juan de Miralles dejó escrito en su testamento que se entregara «un abrigo nuevo» a cada uno de sus criados y que se liberara en La Habana a su único esclavo negro, Rafael, con su mujer y su hijo, y se les diera una propiedad «donde puedan establecerse».
 
A su muerte, como muestra de agradecimiento la monarquía hispánica pensionó a la viuda con 800 pesos anuales y nombró a su hijo Juan Francisco, Caballero de la Orden de Carlos III.
BIBLIOGRAFIA
BÖTTCHER, Nikolaus. Juan de Miralles (2000). «Un comerciante cubano en la guerra de independencia norteamericana». Anuario de estudios americanos.
FERNANDEZ Y FERNANDEZ, Enrique (1992). «Juan de Miralles (1715-1780). Pionero de la diplomacia española en los Estados Unidos». Festa. Petrer: Ayuntamiento de Petrer.
LARRÚA GUEDES, Salvador (2016). Juan de Miralles: biografía de un padre fundador de los Estados Unidos. Miami: Alexandria Library Publishing House.
MOLL JUAN, Luis Manuel.(2013)  «Juan Miralles Trayllón. El español que murió en la casa de George Washington». Revista La Alcazaba.
RIBES, Vicente (1998). El amigo del general Washington. Valencia: Nadir.
? (2003). Don Juan de Miralles y la independencia de los Estados Unidos. Valencia: Generalitat Valenciana.
SALUDES, Miguel (2005). Cuba y Estados Unidos: la influencia de un hombre en sus relaciones. Cubanet.com, abril 2005.
VILLAPLANA PAYÁ, Luis (2010). «El petrerense al que honró el general Washington». Petreraldia.com. El diario digital del Valle del Vinalopó.
(1). Fueron unas 100 familias provenientes de Xixona, San Vicente, Castalla, Monforte, Agost, Biar o Mutxamel, las que en 1611 repoblaron la población.
(2) Hay que tener presente también que otra de las causas de que los franceses se instalaran en Petrer es que a principios del siglo XVIII su castillo estaba prácticamente abandonado de modo que sirvió de albergue a las tropas del ejercito francés.
(3) Firma que bajo el nombre de "Aguirre, Aristegui, J. M. Enrile y Compañía" sería la fundadora, en 1765, de la Compañía Gaditana de Negros, la empresa negrera más grande de las creadas dentro del imperio español.
(4) Bajo el mando directo de la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales, y con su condición de puerto franco se convirtió en un puerto de tránsito en el comercio de los esclavos africanos. Así mismo fue donde se dio el primer reconocimiento internacional a la independencia de Estados Unidos.
(5) Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte, Virginia, Maryland, Delaware, Nueva Jersey, Pensilvania, Connecticut, Rhode Island, Nueva York, Nuevo Hampshire y Massachusets. Todas ellas en la costa este de América del Norte.






